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EL ETERNO DUELO

 

 

Las diferentes formas de maltrato generan un fuerte impacto en el desarrollo evolutivo de los niños que son víctimas de este tipo de abusos. El objetivo principal de este trabajo ha sido desarrollar un modelo explicativo e integrador, a través del cual se pretende dar respuesta a cuáles son los mecanismos neurobiológicos y psicológicos que subyacen en la sintomatología de los niños que han sido víctimas de maltrato infantil y sobre los cuales se ha tenido que adoptar el acogimiento residencial como medida de protección.

Con el título de “eterno duelo” quiero hacer referencia al proceso de pérdida que se origina por la separación de la familia y que, para estos niños, supone otro evento vital estresante al que tienen que enfrentarse y que, en la mayoría de las ocasiones, suele prolongarse durante varios años hasta que cumplen la mayoría de edad. Con esto no quiero decir que las medidas de protección infantil no son necesarias, sino que ha de tenerse en cuenta este factor para entender el sufrimiento que les genera y, en consecuencia, poner si cabe el máximo esmero en el trato e intervenciones que se realizan.

 

Cuando comencé a trabajar en centros de protección de menores, uno de los aspectos que más me llamó la atención fue las similitudes que estos niños compartían con la personalidad psicopática. Se podían observar una serie de características que ya habían sido objeto de estudio por Robert Hare, relacionadas con el plano afectivo, interpersonal y conductual. Me encontraba con niños que presentaban falta de empatía, sentimientos genuinos de culpa y remordimiento e incapacidad para establecer vínculos duraderos con otras personas. En el nivel interpersonal, se observaba el uso instrumental de las personas, utilizando la manipulación y el engaño para obtener un beneficio personal. En el plano conductual, se muestran impulsivos, irresponsables, con facilidad para transgredir las normas sociales, dificultad la planificación y resolución de problemas.

Sin embargo, este tipo de patrón característico no permanecía estable en el tiempo, transformándose con el paso de los meses (dentro de unos reducidos límites) en función de la figura de referencia que estuviera presente. Aún más llamativo era cómo se daba el proceso inverso en niños que ingresaban en el centro procedentes de sus familias. En un primer periodo se mostraban cercanos, comunicativos, colaboradores, cumplidores de normas de convivencia y con cierto grado de empatía, adoptando progresivamente las características psicopáticas mencionadas anteriormente.

 

Esto me llevó al estudio de la teoría del apego (John Bowlby), que permite explicar cómo el maltrato infantil, y por ende las habilidades de los progenitores para ejercer el rol parental, condicionan el estilo de apego que desarrollará el niño durante su infancia más temprana. La falta de disponibilidad física o emocional de la figura de protección, principalmente la madre, derivaría en un estilo de apego evitativo, que tienden a regularse más cognitivamente y a la autorregulación. Por el contrario, la imprevisibilidad de la figura materna daría lugar a un estilo de apego ansioso, en el que los niños se organizan más afectivamente y necesitan de otra persona para regularse (corregulación). Por último, aquellos niños cuyos padres habían ejercido un maltrato físico y/o emocional deliberado y consciente, derivaban en un estilo de apego desorganizado en el que la estructura de la personalidad se veía gravemente afectada.

 

La teoría del apego, junto con el constructo de mentalización, comienza a dar sentido a los diferentes patrones observados en los menores atendidos, pero, en mi opinión, seguía sin explicar el porqué de esa agresividad, ausencia de empatía, impulsividad, dificultad para regular sus emociones, aprender de sus errores, entre otras. La neurobiología aporta en este área una pieza clave en este apasionante puzle, ofreciendo una explicación que constituye el eje vertebrador de este trabajo.

 

La teoría polivagal de Porges ofrece una explicación muy acertada al daño generado por el maltrato infantil en el sistema de conexión social del niño, ligado directamente con la rama ventral del nervio vago. Daría también sentido al tipo de apego que puede derivar de la activación del sistema parasimpático (apego ansioso) o de la rama dorsovagal (apego evitativo), ofreciendo una puente de enlace y complementario al concepto de ventana de tolerancia emocional.

 

MacLean propone, mediante el concepto de cerebro triuno, una explicación muy didáctica de cómo el cerebro se ha desarrollado evolutivamente para constituirse de manera jerárquica. En los casos de maltrato infantil se conservarían las funciones más primitivas, pertenecientes al cerebro reptiliano (nivel sensoriomotriz del procesamiento de la información) y cerebro límbico (emoción, memoria, determinadas conductas sociales y el aprendizaje), pero impactaría directamente en el desarrollo del neocórtex, encargado de las funciones cognitivas de orden superior.

 

El neocórtex (corteza prefrontal) es el área cerebral más desarrollada evolutivamente y la zona del cerebro y donde residen las funciones ejecutivas, esencia de nuestra conducta y base de los procesos cognitivos de orden superior. Las diferentes áreas de la corteza prefrontal (dorsolateral, cingular y orbitaria) se ven gravemente afectadas por la situaciones de maltrato que sufren los niños, originando una variada sintomatología relacionada con la regulación de emociones, planificación y resolución de problemas, rigidez mental, atención, etc. Las lesiones ocasionadas en la corteza prefrontal provocan el denominado síndrome disejecutivo.

 

El modelo que planteo intenta dar explicación a la sintomatología observada, integrando diferentes teorías para coherencia a la manifestaciones tan variadas que presentan estos menores. Este tipo de abordaje permitiría aumentar el conocimiento de los diferentes agentes que intervienen con estos menores, facilitando una explicación a por qué estos niños presentan conductas tan disruptivas y terminan desarrollando estrategias fallidas de autorregulación que derivan, por desconocimiento de los profesionales, en etiquetas y diagnósticos fallidos basados en el síntoma.

 

Los argumentos aquí expuestos me llevan a plantear, que los niños que han sido víctimas de maltrato infantil constituyen una población con entidad propia. Se trata de unos niños con unas características derivadas del daño producido por la violencia familiar, y bajo esa premisa fundamental se deberían organizar todas las actuaciones encaminadas a reparar ese daño, favoreciendo la sensibilidad de cada uno de los profesionales que realizamos nuestra labor con el objetivo de facilitar la integración social de estos menores.

 

 

Puedes leer o descargar este articulo en pdf aquí: El eterno duelo

 

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Luis Gonález

Luís González
Licenciado en Psicología
Educador Social

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