REEDICIÓN: LA ADOPCIÓN. DE LA PÉRDIDA A LA GANANCIA

Seguimos recuperando artículos ya publicados para que podáis disfrutar de su lectura de nuevo. En esta ocasión, Beatriz Rodríguez nos acerca a las pérdidas que tanto los niños  adoptados como sus familias adoptivas hacen frente durante el proceso de adopción.

¡Feliz lectura!

La mayoría de las personas asocian la adopción a una situación de ganancia en la
que un niño y una familia encuentran algo que no tenían. El niño una familia que cuide de
él, y la familia un hijo que no había podido tener por medios naturales o la posibilidad de
ampliar la familia. Evocamos un encuentro feliz, un encuentro favorecedor para todas las
partes implicadas.
Y así se nos olvida algo que es esencial a este proceso y que puede estar en la
base de mucho sufrimiento y dolor cuando los niños adoptados empiezan a tener serios
problemas (conductuales, emocionales…) que las familias no pueden gestionar, y que en
muchos casos pueden acabar malogrando el proceso, especialmente en la adolescencia.
Nos referimos a la pérdida de su familia biológica, tanto si han sido cedidos por sus
padres biológicos para la adopción como si han sido retirados por malos tratos,
negligencia u otras cuestiones. Y siempre con independencia de la edad en la que esto
haya ocurrido.
El hijo adoptado se enfrentará siempre a un profundo dolor por la pérdida de la
continuidad genealógica. No pierde solo a los padres biológicos, sino también a sus
hermanos y al resto de su familia extensa. Eso sin contar con la pérdida de la cultura y del
país de origen de los niños que proceden de adopción internacional.
Esta separación causa un dolor muy profundo en el niño, que quedará grabada en
su cuerpo y en su memoria emocional. Dolor que no solo es emocional, sino también
biológico y hasta celular. Cuando ocurre en los primeros años de vida, el aparato psíquico
del niño no está preparado para afrontar y elaborar esta pérdida, siendo el cuerpo quien
la registra. Con la separación de la madre no solo la pierde a ella sino también una parte
de si mismo, lo que llamamos su sentido de identidad, del self, de lo más intimo que
tenemos y que nos hace sentir personas completas. Este sentimiento de “estar
incompleto” o de “ser defectuoso” que encontramos en muchas personas adoptadas
tiene además como consecuencia la pérdida de la confianza básica, esa que todos
necesitamos para sentir que tenemos nuestro lugar en el mundo y que este constituye un
lugar seguro en el que podremos encontrar aquello que vayamos necesitando, lo que
hace que para el niño adoptado sea muy difícil poder confiar en la vida y tomar lo que
esta le ofrece.

En muchos niños adoptados es frecuente encontrar síntomas de estrés
postraumático ( ansiedad, miedo, sentimientos de indefensión, ataques de pánico,
pérdida de control…) . En algunos niños adoptados en los que la separación produce
este impacto aparecen continuamente estos recuerdos traumáticos de aquel primer
abandono, recuerdos que pueden ser corporales, y que actúan como intrusos en la
conciencia, mostrándose con frecuencia con síntomas como irritabilidad, conductas
antisociales, fuerte impulsividad, ataques de rabia… Otros niños, sin embargo, para huir
del dolor pueden refugiarse en un estado de conciencia en el que no pueden ser heridos
por sus recuerdos, mostrando en su conducta y en sus relaciones un gran desapego
emocional, una fuerte complacencia y pasividad. Para estos niños, que suelen tener
dificultades escolares, ejercitar la memoria es algo peligroso ya que siempre temen
recordar aquello que les daña. De un modo u otro es frecuente encontrar en las
personas adoptadas dificultades en sus relaciones interpersonales. Cualquier pérdida
puede ser vivida con sensaciones de pánico y miedo a la aniquilación, como si de una
muerte se tratase. Con cada despedida, con cada adiós se vuelve a vivir la separación
temprana de mamá y de la familia biológica. Existe, además, un profundo miedo al rechazo
de los otros. Son muchas las características comunes que encontramos en las personas
adoptadas de adultas: pueden mostrarse reacios a aceptar trabajos, gran necesidad de
ser perfectos y cumplir con las expectativas de los otros, sintiéndose muy frustrados si no lo
consiguen, fuerte sensibilidad a las críticas, reacciones contra-fóbicas en las que se
sabotean las relaciones (antes de que me dejen dejo yo o provoco con mi conducta que el
otro se vaya), fuertes sentimientos de culpa y/o vergüenza, sentirse responsables de
todas las dificultades que aparecen en las relaciones con los demás…Cuesta mucho
establecer vinculaciones sanas con los otros, basculando en las relaciones entre exigir
demasiado al otro (intentando que el otro llene un vacío) o entregándose demasiado en
las relaciones, tratando de sanar las heridas del otro para así evitar enfrentar la propia.

En realidad, gran parte de la psicopatología que encontramos en el niño adoptado
(depresión, ansiedad conductas oposicionistas son las más habituales) no son más que
intentos por parte del niños de manejar la pérdida y elaborar el duelo por la pérdida de lo
biológico, y en especial del vínculo con la mamá…
Antes de seguir avanzando me parece oportuno señalar que no es mi intención
mostrar la adopción de modo tal que quienes lean este artículo se muestren desalentados
ante el proceso. Pero sí me parece importante hacer hincapié en lo complejo de este
proceso, sacando a la luz esa “parte oscura” que de modo más o menos inconsciente
nunca queremos ver, y que al mantenerse oculta y no explicitada puede dañar el proceso.
Darle luz a esto nos da la posibilidad de enfrentarnos a los retos de la adopción con más
herramientas, para acompañar un proceso delicado y complejo.
Hemos hablado de la pérdida del niño adoptado, y ahora toca señalar la de la
familia adoptiva. La mayoría de las familias que adoptan lo hacen tras un durísimo
proceso de búsqueda fallida del hijo biológico. Esto causa un profundo dolor, una herida
narcisista, especialmente en la mujeres, que se sienten defectuosas por no haber podido
gestar un hijo. Y así la adopción es vista (y muchas veces hasta recomendada por los
ginecólogos que han atendido a las mujeres en interminables tratamientos de fertilidad)
como una oportunidad de “calmar el dolor”, de rellenar un tremendo vacío, de encontrar la
felicidad que la biología les ha negado.
Y es aquí, en la pérdida, en el dolor de haber perdido donde se produce el
encuentro entre el niño adoptado y su nueva familia. Encuentro difícil y complejo que si se
acompaña adecuadamente dará la posibilidad a todos los implicados en el proceso de
crear un fuerte vínculo, una relación que sane y satisfaga las necesidades de todos. El
niño encontrará a un lugar seguro donde poder crecer y desarrollarse y los papás
adoptivos tendrán por fin la posibilidad de poder sentirse y realizarse como padres. Pero
esto solo será posible si los padres adoptivos son capaces de enfrentarse al dolor que
supone no haber podido engendrar a un hijo biológico o haberlo perdido. La adopción
puede cubrir en parte la herida por no haber podido ser padres, pero no puede sanar la
imposibilidad de no haber podido gestar un hijo, siendo especialmente doloroso para las
mujeres que sienten un dolor muy profundo por no haber podido llevar a un hijo en su
vientre.

Así, para los papás adoptivos acompañar a su hijo adoptado en el duelo por su
familia biológica les hará revivir su propio dolor, pondrá de manifiesto su herida, su propia
pérdida. A medida que el niño va creciendo, el dolor por la pérdida se irá haciendo cada
vez más presente y el niño necesitará permiso para poder sentirlo y expresarlo y es tarea
de los padres legitimar y normalizar este dolor. Es esencial que el niño pueda expresar
esta tristeza sin sentir que al hacerlo está dañando a sus padres adoptivos, por que si
siente esto reprimirá y guardará este dolor, que aparecerá tarde o temprano en conductas
y sentimientos dolorosos y desadaptativos. Y esto es muy doloroso y difícil de transitar
para los padres adoptivos que ven, por un lado, el sufrimiento de su hijo y por otro, vuelven
a vivir un dolor que creían iba a desaparecer por completo con la adopción. Pueden
sentirse cuestionados como padres, sintiendo que “no han hecho algo bien” o ” no han
sido suficientemente buenos padres”, temiendo también, si dan espacio a lo biológico, que
puedan perder el amor de su hijo. Y así, esta pérdida a la que nadie quiere mirar ni dar su
sitio, esta pérdida que todos excluyen va tomando cada vez más fuerza, afectando y
dañando el vínculo entre padres e hijos adoptivos.

 

Recuerdo una ocasión en la que una familia no pudo hacerse cargo de un bebé
recién nacido que les fue ofrecido en adopción. La mamá adoptiva había tenido un cáncer
de ovarios (detectado en su luna de miel) que había tenido como consecuencia la
infertilidad. Ella relataba que había tenido tanto miedo a morirse que cuando le dijeron
que el cáncer había desaparecido, no poder ser madre biológica pasó a un segundo
plano, entre otras cosas porque sabía que la adopción era una posibilidad Así que
cuando tuvo entre sus brazos a su hijo adoptivo toda la rabia y el enojo que no había
sentido cuando perdió el útero, el duelo por la imposibilidad de ser madre biológica,
apareció de repente impidiéndole que pudiese filiar al hijo adoptivo como propio. Pongo
este ejemplo por mostrar éste con mucha crudeza lo que puede pasar cuando no nos
damos tiempo y espacio para vivir y transitar el duelo.
El hijo adoptivo necesita sentir que en su familia adoptiva hay permiso para hablar
acerca de su familia biológica, del dolor de la separación, de la posibilidad de tener
hermanos, de explorar qué ha recibido de ellos…y la familia adoptiva debe estar
disponible para esto, porque si no damos espacio a estos sentimientos de algún modo le
estamos diciendo a nuestro hijo que el lugar de donde proviene no es un buen lugar y le
estaremos diciendo, por tanto, que ellos tampoco lo son. Solo si los hijos tienen permiso
para tomar la vida de sus padres biológicos podrán tomar luego el amor y los cuidados
que les ofrece su familia adoptiva.

El punto de encuentro en la adopción para los papás y los hijos no es otro que la
herida que todos llevan consigo. Solo desde ahí es posible conectar, sentir amor y reparar
las heridas. Los hijos adoptivos necesitan el permiso de su nueva familia para llorar la
pérdida de lo biológico sin sentir que dañan a sus padres. Y estos tienen la difícil tarea de
acompañarlos en este dolor, sosteniendo al mismo tiempo el suyo propio.

Beatriz Marta Rodríguez

Beatriz Marta Rodríguez

Licenciada en Psicologia. Alumna del postgrado del modelo Parcuve. Formada en psicoterapia de orientación psicoanalítica, terapia familiar sistémica, constelaciones familiares y gestalt. Psicologa en la junta de andalucia anteriormente en el Servcio de protección de menores, departamento de adopción y acogimiento familiar y Centros y actualmente Orientadora en primaria. Psicoterapeuta en consulta privada.

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