“Descubrir algo significa, ver lo mismo que está viendo todo el mundo
y percibirlo de una manera diferente”
Albert Szent Györgyi
Cuando un paciente llega a la consulta, no acude solo, lo hace acompañado de sus miedos y sus preocupaciones y, por lo general, lo que viene buscando es recibir una mirada diferente. Necesita que se le mire desde otra óptica, no sólo que muestre lo evidente, lo que todos pueden ver sino que sea una mirada compasiva, que entienda que si la persona hace y se comporta de una determinada manera es porque para ella tiene un sentido.
Precisamente, eso es lo que vamos a intentar con el paciente: acompañarlo para que él pueda darle un sentido a su historia y que entienda que lo que hoy le lleva a la consulta, no son más que las secuelas de las estrategias de supervivencia que tuvieron que adquirir en un momento determinado de su vida pero que al día de hoy ya no les son útiles.
Una de las cuestiones que para mí son claves para tener en cuenta en una primera toma de contacto con el paciente es que la persona sienta que tengo capacidad suficiente para sostenerla y para compartir lo que necesite sin temor a ser juzgado. En definitiva, mi principal objetivo es hacer que la persona sienta que estoy con ella. Con esto, me refiero a todo aquello que tiene que ver con mis emociones, sensaciones y pensamientos que resuenan en mí, fruto del encuentro con el otro, y que lo pongo al servicio en el acompañamiento. Sería algo así como:
“Estar acompañándolo/me”
Y esto de estar con el otro a la vez que conmigo ¿cómo se hace?
Seguramente, esta interrogante nos la hayamos planteado más de un psicólogo a la hora de encuadrar, entender y llevar a cabo nuestra profesión.
Personalmente, donde yo he encontrado más calma y comprensión hacia mí misma y hacia mi trabajo ha sido, precisamente, en el lugar del paciente. Sólo desde la consciencia de que todos tenemos nuestra propia historia de vida, donde cada uno construye su estructura sobre las figuras de apego y que fruto de estas primeras relaciones vinculares somos lo que somos a día de hoy, sólo desde esa perspectiva podemos llevar a cabo nuestro trabajo de una manera honesta con nosotros y con nuestros pacientes.
En la consulta, gran parte del trabajo consiste en darle sentido a toda esa información inconsciente que la persona nos trae. Información grabada en su primera infancia en el plano emocional y somático, para la que su cerebro no tuvo capacidad para darle un entendimiento ajustado que le permitiera integrarlo. La única manera con la que pudo hacerle frente y sobrevivir fue encapsulando, disociando toda esa información.

¿Qué nos ocurre cuando en nuestro día a día conectamos con alguna de esas memorias emocionales que tenemos disociadas?
Generalmente, en estos casos, quien toma el control es esa parte de nosotros que vivió esa experiencia en la infancia, en la que no tuvimos una figura parental ni la madurez suficiente para poder dar un sentido a aquello que sobrepasaba nuestra capacidad de entendimiento y la única manera de que disponíamos para poder tolerarlo, fue disociando esa experiencia traumática de tipo somático y emocional.
Llevar a los pacientes a esas memorias traumáticas, revivirlas y hacerles sentir que ahora somos nosotros quienes les acompañamos como figuras de apego seguras y que estamos ahí para validar y dar sentido a todo aquello que vivieron, es el primer paso para darse cuenta de dónde parten y dónde están ahora. De esta manera, podrán, desde su edad adulta, gestionar su día a día de una manera más adaptativa y saludable posible.
En este “acompañar acompañándome” debemos tener muy presente cuáles fueron nuestras heridas. Como decía Wallin (2012), “paciente y terapeuta reflejan una espiral relacional donde ambos se inter-influencian mutuamente, donde los dos aportan”
El terapeuta no es una pantalla en blanco. A menudo, nuestros pacientes nos pondrán por delante necesidades inconscientes que nos llevarán a revisar cómo fueron atendidas por nuestras figuras de apego. Debemos estar muy atentos a quién es el que toma el control de nuestra intervención ya que, como decía anteriormente, nuestros pacientes necesitan sentir en nosotros esa figura adulta que les dé seguridad y si no estamos atentos, puede que quien salga al encuentro sean nuestros niños heridos. Por eso, me parece de vital importancia entender y afrontar nuestra labor desde un buen trabajo personal, con la humildad y honestidad suficientes para identificar en qué momentos debemos revisar todo aquello a lo que ya pusimos luz pero que necesita ser mirado de nuevo.

Gloria Galindo Valderrama
- Psicóloga sanitaria. Número colegiada 06082
- Terapeuta Gestalt
- Gran parte de su trayectoria profesional ha estado ligada al acompañamiento de personas en riesgo, menores tutelados por el Servicio de Protección de la Junta de Andalucía, y con adultos para Instituciones Penitenciarias.
- Programa de ajuste personal y social en la Unidad de Apoyo de Aquaintegra (CEE)
- Psicoterapeuta en consulta privada
- Miembro de la AETPS y alumna del Postgrado del Modelo PARCUVE