Cuando nacemos no sabemos a qué tipo de familia, entorno, situaciones, tendremos que enfrentarnos. No sabemos si será un lugar seguro o por el contrario un entorno hostil. Desconocemos si en nuestra vida habrá o no un agresor, abusador, maltratador…
Todos los humanos nacemos indefensos, vulnerables, aunque también nacemos con un cerebro maravilloso lleno de oportunidades, gracias a la gran neuroplasticidad del desarrollo que está en expansión en nuestra primera infancia.
Dicha infancia, incluido el periodo del embarazo, es uno de los periodos más importantes del ciclo vital, y a diferencia de lo que muchos creen, también el periodo más vulnerable, en la vida de una persona. El tipo de apego y regulación emocional de las personas cuidadoras, así como las situaciones a la que los bebés, niñ@s tengan que enfrentarse, marcarán el camino de la felicidad/infelicidad, salud/enfermedad que se experimente a lo largo de la vida.
¿Es posible poder curar las heridas sufridas en nuestra más tierna infancia cuando ésta ha sido maltratada, abusada…?
SÍ es posible, sí se puede! NO me cansaré de gritarlo, de abanderarlo, no es fácil es un camino muy difícil, es, con perdón, una putada… con mucha oscuridad y dolor, pero es posible y merece la pena.
Es posible reparar las heridas, reparar lo roto y brillar con la fuerza de la resiliencia (o capacidad de los seres humanos para adaptarse positivamente a las situaciones adversas). Sin embargo, el concepto ha experimentado cambios importantes desde la década de los 60. En un principio se interpretó como una condición innata, luego se enfocó en los factores no solo individuales, sino también familiares y comunitarios y actualmente, en los culturales.
Los investigadores del siglo XXI entienden la resiliencia como un proceso comunitario y cultural, que responde a tres modelos que la explican: un modelo «compensatorio», otro «de protección» y por último uno «de desafío»

Usar la metáfora del arte jápones del Kintsugi con la rotura del alma, cerebro y cuerpo, provocada por los abusos en la infancia, me ayuda explicar esto yendo más allá del dolor, y sirve para confiar, sin duda, en la reparación del daño sufrido. Me ayuda a conectar con la belleza de las cicatrices. Esta metáfora me posiciona en un lado de seguridad y confianza que me encanta, puedo sentir que el poder está en mí o en TI.
Es cierto que para sanar las heridas sufridas en la infancia se necesita la ayuda, el acompañamiento, la seguridad de otros. También es cierto que a veces no podemos hacerlo sol@s, porque si cuando hemos sido bebés, niñ@s NO hemos experimentado la seguridad del apego (no confundir el apego con el amor, uno puede querer mucho a su hijo/a pero no aportarle la seguridad/protección que el bebé, niñ@ necesita para crecer sano, apego es = SEGURIDAD), y hemos sido abusados, necesitaremos de una guía que nos sostenga con su seguridad y así poder comenzar a crearnos la nuestra. Por suerte, no tenemos que hacerlo sol@s, para ellos estamos los psicólogos y asociaciones especializadas.
Volviendo a la metáfora, el arte del Kintsugi es la práctica de reparar fracturas de la cerámica con barniz o resina espolvoreada con oro. Plantea que las roturas y reparaciones forman parte de la historia de un objeto y deben mostrarse en lugar de ocultarse. Así, al poner de manifiesto su transformación, las cicatrices embellecen el objeto. (REALMENTE PRECIOSO y tan conectado con la reparación de la experiencia de abusos en la infancia!!)

Las experiencias pueden agrietarnos, llenarnos de fisuras, pero es justo allí donde reside un crisol de posibilidades; la herida se convierte en una ocasión de RESILIENCIA, en una oportunidad para convertir el dolor infinito en aprendizaje, en crear desde lo más profundo nuestro mejor yo. En reparar nuestro corazón roto y rellenarlo de esa seguridad y amor que no tuvimos.
Además es “curioso” porque cuando una puede mostrar las cicatrices/heridas del abuso sufrido en la infancia, desde esa seguridad, desde la belleza que nos aportan, desde el valor sin culpa, ni vergüenza, desde el amor incondicional hacia sí mism@, entonces sin duda estamos en el camino de SANAR.
La posibilidad de reparar tus heridas, el oro con el que se reparan eres tú. Los psicólogos especialistas en abuso y grupos de ayuda mutua, somos los que sostenemos a la persona mientras ésta cubre sus heridas con el oro hermoso, somos los que arropamos en este difícil pero vital proceso de arreglar el corazón roto por experiencias de abuso en la infancia.
Lo mismo sucede con el daño emocional, psicológico y físico sufrido en la infancia por abusos. La resiliencia es posible, la resiliencia está en ti, tú eres el oro reparador del daño provocado por otros y lo mejor NO ESTÁS SOLA/O porque si la herida ha sido muy profunda, puedes apoyarte en nosotros para darte seguridad, recursos, información…PARA ACOMPAÑARTE EN ESTE PROCESO VITAL de reparar tu corazón roto. Sin duda sí se puede… y no estás sol@

Sandra Rosa Aragón
Psicóloga sanitaria y Neuropsicóloga clínica.
Nº colegiada: AO08574 en el Centro Psicológico Manuel Hernández, Málaga.
Doctorada en Psicología de las Emociones, Máster en Inteligencia Emocional, Experta en Educación Familiar y Social, Experta en Mindfulness para Psicólogos clínicos. Máster en Neuropsicológica clínica Infanto-juvenil. Postgrado Modelo PARCUVE (cursando actualmente)
Especialista en Trauma Psicológico y Apego tanto en niños como en adultos. Prevención, Detección e Intervención en abuso sexual infantil. Trastornos del neurodesarrollo y trastornos internalizantes y externalizantes.